lunes, 8 de febrero de 2010

La piel



El cuerpo desnudo y la arquitectura se muestran en esta imagen esculpidos en una única pieza de ébano.

Mientras que el acabado del primero, trabajado a garlopa, es suave y frágil, como una caricia, el de la segunda presenta la dureza y rugosidad propias de la corteza, que salvaguarda y da protección. De esta manera, dos realidades están expresadas en una, como el haz y el envés en una hoja.

Y digo esto porque no se pueden disociar el cuerpo y la arquitectura, de la misma manera que no se puede separar la piel de su cuerpo o una fachada de su espacio interior. Si lo hacemos, si nos desentendemos de sus grosores y de sus relaciones imprescindibles, creemos ver un cuerpo en cada sucedáneo “fabricado” a base de cirugía estética, y arquitectura en esas imágenes diseñadas para las “revistas del corazón”.

Me gusta pensar en el cuerpo desnudo como la materialización de nuestro lado emocional, la constatación de una sensibilidad que brota por sí misma, surge y se disipa libremente, como a su aire; una especie de movimiento (moción) que, pese a detectarse en la piel, nace en el fondo de las entrañas.

Por otra parte, en esta escultura, podemos imaginar la arquitectura como una prolongación del propio cuerpo porque envuelve a la piel sirviéndose del aire. No hay que olvidar que la piel es el órgano sensorial más extenso del cuerpo, que lo recubre en su totalidad y, entonces, la arquitectura puede soñarse como la más externa de las múltiples capas que la conforman.

En definitiva, si vemos a la arquitectura como una prolongación de nuestro cuerpo y al cuerpo como la materialización de nuestro lado emocional, podemos concluir que la arquitectura debe ser una materialización de nuestra propia emoción.

Aprender arquitectura es aprender a vestirse con emociones.

Alberto Morell Sixto

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